El amor es también alejarse, aunque la angustiante soledad agobie nuestro ser.
Amar, es llenar al otro de felicidad, seguramente no en forma constante, pero aunque más no sea por momentos, y éstos deberían ser muchos.
A veces nos damos cuenta, ya al final, cuando llegamos al límite, que la posibilidad de hacer feliz a quien ama es escasa y demasiado esporádica, pues es allí, en ese preciso instante en que es noble recurrir a ese “dejar libre”.
Es quien ama de verdad, quien resiste, ya agobiado, pero inmóvil en su actuar, el que puede sacrificar y denotar la necesidad de darle paso a su amado a una vida mejor, lejos de tristezas y problemáticas arduas no resueltas e imposibles de dilucidar.
Sobre eso se basa mi reciente filosofía de vida, fue el amor quien ha empañado mi corta pero tan larga subsistencia, y si de dolor he aprendido, de amor también…
Elegir determinadas acciones para que aquél, que tanto una ama, no deba detener su rumbo, ni ocultarse en sombras vacías, duele demasiado y es extremadamente difícil lograrlo, porque el amor es fuerte y lía, pero al ser de esa forma se hace tan necesario renunciar a su ser, a su alma y presencia, para que pueda vivir en otros aires menos tormentosos y poco turbulentos y ese sentimiento de “dejar libre” se convierte poco a poco en reconfortable y contradictoriamente el dolor persiste cada día, y su ausencia se acrecienta, pero con la plena convicción de que aquel, sin la presencia de tormentos a su alrededor, podrá mantenerse a salvo de tanto horror y así lograr “ser libre”.
Por Vik